Aquella mañana, la dulce Caperucita la roja se levantó con el pie izquierdo. Y como nuestra heroína duerme del lado derecho de la cama y boca arriba, esto supuso un gracioso esfuerzo de los que no sientan muy bien al cuerpo a horas tempranas, que acabó en inevitable golpe contra la mesilla de noche. Uno cero a favor del mundo, y contra nuestra protagonista. Se incorporó con cierto esfuerzo, frotándose el futuro chichón de la frente y murmurando palabras que no voy a repetir, no por pudor, sino más bien por no faltar al decoro que este medio exige.
Los siguientes acontecimientos se sucedieron con igual desacierto:
- Se hizo un tajo al cortar el pan para las tostadas;
- Se le quemó el café (odio el café quemado: sólo el olor me da nauseas);
- La camiseta que pensaba ponerse estaba sucia (aunque esto es meramente anecdótico);
- El “caperumovil” no arrancó ni a la primera, ni a la segunda ni a la tercera y hubo que empujarlo; llegó tarde a trabajar, y sudando (recién duchada)…
Pero sobre todo, un brillante grano asomaba descarado en la punta de la nariz. Esto sumado al incipiente chichón delator de su torpeza matutina, y a que se había equivocado de día, y fue al trabajo cuando no tenía que ir (día libre), llevaron a Caperucita la roja a una reflexión profunda: “Definitivamente, hoy no es mi día”.
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